En 2005, el Gobierno de El Salvador presentó un informe ante la Convención para la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas en el que declaró que la población afrodescendiente “no existe en nuestro país” y que, por ello, no se podía afirmar que había discriminación por motivos de raza.
“No existe población negra en El Salvador por ser el único país de Centroamérica que no posee costas en el mar Caribe”, reza el documento. Este episodio lo recuerda más de un activista afrodescendiente en el país y es un tema sobre el que reclaman constantemente, pues, para muchos, es un reflejo claro de lo invisibilizados que están, aún en la actualidad.
La población afro llegó a El Salvador durante la época colonial, cuando los conquistadores españoles trajeron esclavizados a numerosos africanos en 1524 y en años posteriores a lo largo del proceso de colonización.
Según un informe del antropólogo alemán Wolfgang Effenberger, extitular de la dirección de Patrimonio Cultural y Natural de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, las cantidades iniciales de africanos que arribaron a nuestros territorios en la época de la conquista fueron entre 1.500 y 1.640 desde los territorios de Guinea, Senegal y Gambia; sin embargo, debido a los repetidos viajes de los colonizadores, llegaron muchos más.
De hecho, los propios libros de educación primaria aprobados por el Ministerio de Educación Ciencia y Tecnología (MINEDUCYT) en 2021 hablan de que esta población sí estuvo presente en el tiempo de la colonia.
Hoy se sabe, gracias al último censo, que hay más de 7.400 personas que se identifican como “negros de raza” o afrodescendientes, esto equivale a menos del 1 % de las 6.630.000 personas que hay en El Salvador, según la encuesta de Hogares y propósitos múltiples (EHPM).No obstante, desde su aparición en nuestro territorio hasta hoy los afros parecen no ser tomados en serio. La ausencia de reconocimiento ante la ley, la falta de políticas públicas pensadas para ellos y, sobre todo, la discriminación racial que viven a diario son situaciones que los han llevado a exigir ser vistos y respetados. Más aún cuando en 2024 se cumplirán 200 años de la abolición de la esclavitud en el país.
Recogimos cinco testimonios de líderes de diferentes sectores que llevan años visibilizando las tradiciones afros y defendiendo sus derechos. Lo hacen a pesar de haber vivido en carne propia el racismo latente que persiste en El Salvador. Estas son sus voces.
Yohalmo Cabrera: el investigador que busca que los afros sean reconocidos ante la ley
“Hubo diputados de la derecha que se burlaron de nosotros. Alguien dijo, ‘¿africanos ustedes?’”. Así recuerda Yohalmo Cabrera el momento en el que él y algunos representantes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fueron recibidos por otros diputados en la Asamblea Legislativa cuando presentaron una propuesta para la población afrodescendiente en 2017.
Se trataba de una reforma a la Carta Magna que tenía como objetivo el reconocimiento de esta población por parte del Estado. La pieza de correspondencia pretendía modificar el apartado 2 del artículo 63 de la Constitución para que en ella se incluyera a los afros como una población existente en el territorio, tal como sí se reconoce a las comunidades indígenas.
El Artículo 63, que se refiere al tesoro cultural salvadoreño, dice en su segundo apartado que: “El Salvador reconoce a los pueblos indígenas y adoptará políticas a fin de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad”. Pero en ningún lugar se hace mención de los afros.
“El Estado salvadoreño por siglos ha negado que nosotros existimos. Es absurdo y ridículo”, afirma Cabrera, hoy exdiputado e investigador de la herencia afro. Según él, en casi toda Centroamérica los Estados han reconocido a los pueblos de origen negro, sin embargo, El Salvador todavía tiene esa deuda histórica.
La propuesta de reforma que presentó Cabrera fue archivada en 2021 por los diputados de la bancada oficialista. Aun cuando algunos de ellos, como la diputada del partido Nuevas Ideas y actual vicepresidenta de la Asamblea Legislativa, Suecy Callejas, prometieron en campaña que iban a legislar a favor de reconocer a los afrodescendientes.
Aunque no es claro por qué el órgano legislativo archivó esta propuesta, Cabrera ha dicho públicamente que no es un tema de interés para el partido de Gobierno, pues, según él, no es atractivo para conseguir votos de cara a las elecciones del 2024. “Estamos a cero en la Asamblea Legislativa en el tema del reconocimiento con la pieza de correspondencia que yo personalmente dediqué tiempo en escribir”, dice hoy.
Si bien ya no hace parte de la Asamblea, Cabrera sigue defendiendo los derechos de los afros desde otras esferas. Es uno de los creadores de la Fundación de Afrodescendientes Organizados Salvadoreños (AFROOS), una organización sin fines de lucro que nació en 2011 y que busca la reivindicación de la población negra de El Salvador.
Esta fundación lleva a cabo diferentes eventos y actividades para concientizar y enseñar sobre esta cultura. Uno de estos es la Ruta Afro, “un mapa de identificación de asentamientos de población afro”, explica Cabrera. “Tenemos también la Escuela Afro, un proceso de formación donde abordamos aspectos históricos”.
El investigador se refiere a la escuela Miguel Ángel Ibarra, en donde educan a jóvenes interesados en conocer la historia y la cultura negra del país, ya que, para miembros de la comunidad, el MINEDUCYT no se ha preocupado por incluir este tema en los programas de estudio.
Por ejemplo, Cabrera considera que el Estado salvadoreño ha llevado a cabo un proceso de “blanqueamiento” desde 1881, cuando se aprobó la extinción de las tierras ejidales y comunales, de las cuales se apropiaron las que denomina “las 14 familias oligarcas”, que habrían acumulado un sinfín de bienes dejando en desamparo a familias indígenas y afrodescendientes. Para Cabrera, estos fueron los cimientos de un Estado y una sociedad racistas. La misma sociedad de la que recibió mensajes de odio, como “negro prieto, ándate del país” cuando fungía como diputado.
Todas estas vivencias y la falta de un reconocimiento serio de la población afro por parte del Estado han llevado a Cabrera y a miembros de AFROOS a impulsar una segunda pieza de correspondencia semejante a la anterior para presentar ante la Asamblea Legislativa. Sin embargo, se necesitan 10 firmas para poner en debate esta propuesta de reforma.
Aunque no es fácil, Cabrera insiste en que no es una pelea menor. Es la base para que el Estado proteja los derechos de esta población. “Nuestra lucha apenas comienza, somos un nuevo sujeto social en un país en donde el Estado salvadoreño ha negado por siglos que nosotros existimos”, concluye.
Mujeres afrodescendientes y salvadoreñas: resistiendo, luchando y avanzando
Para nadie es un secreto que en El Salvador es un desafío enorme ser mujer. Leslie Alvarenga y Ana Yency Lemus lo tienen muy claro. Son fuertes, seguras de sí mismas y con una capacidad de liderazgo innato a la hora de defender sus derechos como mujeres y como afrodescendientes. Aunque están desde dos aristas diferentes, pues Alvarenga es psicóloga y Lemus es activista, ambas coinciden en que han vivido numerosas manifestaciones de discriminación y racismo, y actúan desde sus campos para evitar que esto se prolongue.
Leslie Alvarenga, de 30 años, recién se graduó como psicóloga y ve su especialidad como una vía para apoyar a niñas y mujeres que han sufrido discriminación y racismo. Más allá de recibir a sus pacientes “en cuatro paredes”, busca “poder llegar a todas y crear un nivel de educación más consciente y sensible con este tema”.
Para ella no ha sido un camino sencillo. Desde muy pequeña ha experimentado situaciones de racismo. En su adolescencia, por ejemplo, recibió comentarios que todavía siguen marcados en su mente. “Bichas, échense bloqueador porque si no se van a hacer negras, igual a la Leslie”, decían sus amigas. En ese momento lo consideró una broma, pero hoy no le permitiría a nadie hablarle así.
Otro tema que para Alvarenga es fundamental es poder contribuir a enseñar sobre educación sexual integral. Afirma que sobre la población afro recaen diversos estereotipos, sobre todo en las mujeres. “Ya ser mujer es difícil en este país, ahora agrégale ser negra”, resalta Alvarenga. Para la psicóloga, es común encontrarse con la idea de que “porque son mujeres negras tienen ganas de tener sexo todo el tiempo”, por ejemplo. Mientras que, si bien los hombres sufren discriminación y racismo, en el contexto de violencia sexual son ellas las que encabezan las peores estadísticas.
Según el Observatorio de violencia contra las mujeres de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (ORMUSA), entre enero y noviembre de 2023 se reportaron 43 casos de feminicidios. Sin embargo, se desconocen los registros de mujeres afrodescendientes víctimas o sobrevivientes de violencia de género.
Según Alvarenga, esto también se extiende al acceso a servicios de salud, específicamente atención ginecológica. No ha sido ajena al irrespeto de parte de médicos por su color de piel. “Con ginecólogos hombres me ha sucedido que hacen comentarios culpabilizándote si tu vida sexual es muy activa. Si no te culpabilizan, te hacen comentarios inapropiados como que ellos quisieran algo con vos”, comenta.
Ana Yency Lemus, por su parte, se vio motivada a impulsar la lucha afro en el país por la discriminación y el racismo que incluso su familia ha experimentado. Cuenta que una de las expresiones más fuertes que ha escuchado es la comparación del color de la piel negra y el petróleo, por ese estigma de que “lo bonito es lo blanco, los negros, los sucios”.
Lemus, es directora de AFROOS y, junto con Yohalmo Cabrera y otros activistas, lucha para que las personas afro del país se apoyen entre sí para ser reconocidos y exigir sus derechos.
Con respecto a las situaciones de vulnerabilidad a las que se enfrenta su comunidad, Lemus opina que la mayor dificultad es el acceso a empleo. Dice que no es igual para las personas negras: “se tiene que cumplir un estereotipo para poder estar dentro de esos espacios”. El estereotipo, dice, es el de una mujer blanca.
Recordemos que en El Salvador, como en otros países de Latinoamérica, las mujeres fueron las que más empleos perdieron como consecuencia del Covid-19 y suelen dedicarse más al trabajo no remunerado o de cuidado que los hombres. Según una encuesta de El Salvador, Cómo Vamos, la tasa de desempleo para los hombres es de 6 %, mientras que para las mujeres es de 10 %, solo en Antiguo Cuscatlán.
Para Lemus, las capacidades, las habilidades y los roles de las mujeres afro son minimizados. Y a eso se suma el choque discursivo y de poder sobre quién tiene la razón: “de la mujer siempre están dudando que tenga la razón, pero un hombre dice algo y todo mundo asume que es así”, señala Lemus.
La directora de AFROOS considera que su principal reto es educar y generar conciencia sobre estos temas: “hacerles ver que la lucha es radical y que el racismo y la discriminación existen”. A futuro busca seguir promoviendo la educación sobre la cultura afro en la escuela Miguel Ángel Ibarra, impulsar actividades como el Festival de La Cochinita, con el que promueven la gastronomía afroatiquizayense, y seguir acompañando y ampliando la Ruta Afro.
El camino hacia la igualdad de género y el respeto para las mujeres afrosalvadoreñas puede ser desafiante. Alvarenga y Lemus esperan seguir orientando sus acciones hacia prevenir y erradicar todas las manifestaciones de violencia simbólica a la que se enfrentan día a día.
Arich Monchez: el activista que habla en redes sociales sobre la cultura afro y el racismo
Arich Monchez es un joven de 22 años que se denomina a sí mismo afrodescendiente y que ha emergido como una destacada voz en la lucha por la equidad, la justicia y la inclusión de la población afro.
“En El Salvador hoy en día sí existe bastante activismo por medio de la comunidad afro”, cuenta Monchez. Él, en particular, difunde contenido por medio de Instagram y en encuentros con jóvenes que organizan diversas entidades dentro y fuera del país.
Justamente, Instagram es la red social en la que es más activo y cuenta con una comunidad de 1.530 seguidores. Allí ha hecho varias campañas para concientizar sobre la experiencia que viven a diario muchas personas negras del país. Uno de estos segmentos se llama “El Salvador no es racista, pero…”. Es un post en el que les da el espacio a la gente para que cuente sus experiencias completando la frase.
Haciendo este ejercicio encontró varias historias de personas a las que “les habían dicho prietas, negras, pelo de maruchan”, recuerda. Con estas dinámicas busca brindarles a los jóvenes un espacio en el que puedan “expresarse y ser libres sin miedo a ser juzgados”.
Uno de los países en los que más tiene alcance es Estados Unidos. Por eso en sus redes también comparte campañas que pueden interesarles a salvadoreños que viven allá. Una es “Piénsalo 2 veces”, con la que busca informar sobre la migración segura y crear conciencia sobre los riesgos a los que se enfrentan los migrantes irregulares.
Uno de los motores que lo ha impulsado a ser tan activo sobre estos temas ha sido vivir de primera mano situaciones incómodas por ser afro. Menciona por ejemplo que, en la universidad una docente le pedía reiteradamente que se peinara. A lo que respondía: “pero así es mi cabello y yo no voy a ocultar mi identidad cultural, porque el cortarme el cabello debe de ser mi decisión, no una imposición”.
Según Monchez, el cabello ha sido todo un tema de conversación para quienes lo rodean. “He recibido comentarios como, ‘hazte a un lado, me tapas en la foto’ o ‘no me gusta tu cabello, córtatelo’”, dice.
Su interés en visibilizar la cultura afro y conectarse con jóvenes le ha abierto varias puertas. Este año participó como delegado de El Salvador en la 17ª Reunión de jóvenes afrocentroamericanos, promovida por la Organización Negra Centroamericana (ONECA) en Costa Rica.
También estuvo en el Encuentro Regional de Jóvenes por la Integración, en Honduras, y en la Cumbre Climática de la Juventud de Latinoamérica (RCOY) 2023, en Bogotá, Colombia, que reúne voces de las juventudes activistas de América Latina. Monchez además, hace parte de Youth Into Action, que se creó en 2019 con el fin de generar espacios de formación profesional para jóvenes a través de programas de liderazgo, educación cívica, educación en derechos humanos y promoción del bienestar mental.
En estos espacios trata de integrar el tema de la cultura afro y del racismo para que las demás personas puedan conocer lo que implica ser afrosalvadoreño. Algunos son foros, otros son diplomados y espacios internacionales en los que ha participado como delegado.
A pesar de que no todos los encuentros son necesariamente acerca de los afros, él cuenta que siempre busca introducir este tema, pues en ocasiones ni siquiera le creen que en El Salvador hay afrodescendientes. “Y yo les digo: sí, acá estamos. Trato de explicar de una forma más amena toda la complejidad del tema”, agrega.
Monchez también acompaña a jóvenes desde otros espacios, como a través de la escuela Miguel Ángel Ibarra, visitando museos para conocer la historia de esta población, realizando investigaciones y recorriendo la Ruta Afro. “Cuando visitas estos lugares en carne propia, la piel se te pone hasta chinita solo de imaginar todo lo que pasó ahí”, dice el joven.
Para este activista, todos estos espacios contribuyen a mostrar la dimensión y el peso que tiene el pasado de la comunidad afrodescendiente en el país. Realiza estas actividades junto con otros jóvenes y planea seguir haciéndolo por mucho tiempo: “a mí me gusta ser un referente para las futuras generaciones”, concluye.
Carlos Lara: el artista que celebra todos los colores de El Salvador
Carlos Lara es intrépido, entusiasta y polifacético. Su identidad está inevitablemente atravesada por tres obsesiones: sus raíces afrodescendientes, su pasión por el arte y su activismo por los derechos LGBT, ya que se declara abiertamente gay.
A través de AFROOS promueve la cultura afro, impartiendo talleres de historia y de pintura afrosalvadoreña. También dicta clases de dibujo y pintura en algunas escuelas del país.
Aunque no todo el tiempo fue así. Hubo un momento de su vida en el que se sentía confundido e intentaba negar sus propias raíces. Recuerda que cuando era niño anhelaba tener la piel más clara porque creció con la idea de que la belleza implicaba ser blanco, tener ojos azules y llevar el cabello rubio y alisado. “Cuando era niño, yo buscaba tener esa piel clara, entonces, cada vez que me bañaba, yo me restregaba la piel tratando de blanquearla”, menciona Lara.
Ese rechazo no solo venía de sí mismo. También experimentó varios episodios racistas de personas externas en uno de sus primeros trabajos, cuando empezó a dictar clases de inglés en una escuela de la ciudad y estaba recién graduado de la universidad. Lara recuerda que al director de la escuela le parecía impresentable su cabello, al igual que el de uno de los mejores estudiantes, que se lo dejaba crecer y lo llevaba en una cola. El director comenzó a hostigar al estudiante, y como muestra de apoyo, Lara se hizo una cola como la que el alumno usaba.
Fue despedido por esto, pero antes de irse enfrentó al director porque nunca hubo una falta profesional de su parte. “Se me negó la oportunidad de entrar a un trabajo. Yo no puedo dar clase en una escuela si no me corto el cabello y no es porque exista un reglamento o una ley que lo impida, sino porque culturalmente no es aceptado”, relata.Lara también dice que su tez morena ha hecho que desconocidos lo miren de reojo. En ocasiones en que ha entrado a un supermercado o a una tienda, ha presenciado cómo los guardias andan detrás de él para vigilar que no se robe algo. “Yo he escuchado a los guardias decir cosas por la radio como: estás pendiente del que va por ahí”, cuenta. Según Lara, esto responde a un estereotipo infundado de que las personas blancas no delinquen y las personas negras, sí. “Empiezo a canalizar toda esa frustración, tristeza y enojo para dibujar estas situaciones de discriminación que he vivido”, continúa Lara.
Este joven de 30 años ha pintado toda su vida. Creció en una familia religiosa y de niño pintaba figuras sagradas como el Papa, Jesucristo o la Virgen María. Para Lara, el arte salvadoreño ha hablado poco de la afrodescendencia porque hay un desconocimiento de las particularidades de lo afrosalvadoreño. Dice que algunos artistas reconocidos como Fernando Llort o Maya Salarrué siguen representando valores heredados de la época colonial que invisibilizan a la población afrosalvadoreña. “No vas a ver una persona colocha en las pinturas de Llort”, afirma.
En una ocasión visitó el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) y la primera vez que vio una pintura de Maya Salarrué notó que “el único de piel blanca es un sacerdote, los demás que están vendiendo, trabajando, todos son morenos y hay unos que tienen la piel más oscura”.
Él no se veía identificado en ninguna de esas pinturas. Justo esto lo llevó a optar por retratarse en las suyas. En su obra aborda temáticas homoeróticas, de desnudez y le otorga mucha relevancia a la piel morena. Tiene, por ejemplo, una pintura en la que se retrató a él mismo, desnudo, mientras se pintaba las uñas. “Celebro mi identidad y mi cuerpo y esto que soy, por eso está muy presente en mis pinturas”, agrega.
En sus obras también se pueden identificar mujeres afro de El Salvador. Cuenta que varias de ellas le han dicho que él consigue pintarlas como realmente son. Según Lara, la mujer afrosalvadoreña no es la misma que la mujer africana porque “en nuestro caso se expresa con otros rasgos, podrían ser las mujeres que venden tostadas en los buses”, cuenta.
Hoy se dedica a promocionar sus pinturas en óleo o algunas ilustraciones digitales a través de redes sociales y de su sitio web para venderlas y vivir de eso. En una de las redes en las que es más activo, TikTok, compartió un video en el que pintaba el Divino Salvador del Mundo. El video tuvo cerca de medio millón de reproducciones y más de 40.000 me gusta. En él se podía ver a un costado de su lienzo una bandera alusiva a la comunidad LGBT.
Algunas personas le cuestionaron que apareciera esa bandera. “La gente me comenzó a poner: te hubiera dado like, pero por esa bandera, no. O me decían: ¿Por qué tenés esa bandera ahí? Y yo solo respondía: porque es mía”, comenta.
Una situación similar ocurrió cuando pintaba un mural. Lara también pinta en este tipo de formatos y en ellos se encarga de representar la diversidad afrodescendiente de una manera muy auténtica, muy propia de la experiencia salvadoreña.
Él cuenta que para un mural de una escuela en Yucuaiquín, en la Unión pintó a cinco niños y les puso diferentes tonos de piel. Casi todos tenían una piel oscura, entre morena y trigueña, y solo había una niña con la piel más blanca. Todos comenzaron a preguntarle: ¿por qué toda la gente que pintas es morena? A lo que él contestó: “yo pinto lo que veo y en El Salvador no hay personas completamente negras ni completamente blancas”.
A nivel estatal, hay pocas iniciativas que incentiven a los artistas afrodescendientes. En el último informe de labores del presente año del Ministerio de Cultura, de los más de 60 proyectos impulsados por la Dirección de Multiculturalidad, solo 6 están enfocados en la población afrodescendiente, principalmente en conmemoraciones y capacitaciones para promocionar los derechos, pero en arte no hay ninguno. La única convocatoria artística que se lanzó este año fue para la edición XXIV del Premio Nacional de Cultura, dedicada al tema de “Expresiones Culturales Artesanales de Comunidades Indígenas y Afrodescendientes”.
Las personas le han dicho a Carlos Lara que de ser artista no se vive y mucho menos en El Salvador. Sin embargo, su espíritu bohemio lo motiva a seguir este rumbo. Si bien no tiene asegurado su sueldo a final de mes porque, como dice, “en algunos meses hay más ingresos que en otros”, el trabajo nunca le falta y él es bastante previsor y austero. Además, no se ve haciendo otra cosa: “espiritualmente me siento bien haciendo esto, porque en una oficina estaría muerto”, concluye.
Equipo:
José Andrés Pin Martínez
Alejandro Castillo Lovo
Ingrid Laínez Alvarado
Melissa Muñoz Ramírez
Este texto fue producido gracias al apoyo del Programa de becas de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES).