Pita Floja: la vertiente salvadoreña bajo amenaja minera

Cerca de 90 familias dependen de un solo nacimiento de agua en Pita Floja, al occidente de El Salvador. Este caserío fronterizo del municipio de Metapán se ubica a 5 kilómetros de distancia de la mina Cerro Blanco, en Guatemala. En este lugar vulnerable a sequías extremas por ser parte del Corredor Seco Centroamericano, especialistas advierten más escasez de agua si se reactiva el proyecto minero de capital canadiense.


El silencio que reina en Pita Floja, un caserío de Metapán, al occidente de El Salvador, se rompe a medida se avanza hasta “la vertiente”: una vena de agua que surge de las profundidades de la tierra y se ensancha apenas un par de metros para seguir su recorrido por un camino rocoso. 

“Aquí hay vida”, dice Yanira Mazariego con una sonrisa de oreja a oreja, mientras se aleja de la máquina que bombea parte de esta agua hasta las viviendas de 90 familias residentes en Pita Floja. Ella está ahora sumergida con el agua hasta las rodillas en la parte más profunda de la vertiente. A su alrededor están cinco mujeres más: Morelia, Guadalupe, Karina, Ana y Silvia. Aquí hay vida y risas. Las mujeres chapotean en el agua cristalina.

Este riachuelo sin nombre, en el que ahora cinco mujeres se bañan, es la única fuente de agua para el caserío completo. 

Pita Floja es una comunidad fronteriza con Guatemala que vive de la agricultura que hacen durante la época lluviosa, explica Juan José Jaime, técnico extensionista del Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria (CENTA). La única institución gubernamental que llega con la lluvia, que es la garantía para que los cultivos se peguen y sobrevivan. 

“Aquí la lluvia es bien escasa”, señala Jaime. Esta es la conclusión en palabras simples de la principal desgracia de Pita Floja: el caserío es parte del Corredor Seco Centroamericano, una franja de tierra de 100 a 400 kilómetros de ancho que va desde Chiapas, en México, hasta el occidente de Panamá. El corredor seco pasa por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y parte de Costa Rica.

A los problemas ambientales de esta franja de tierras secas, se sumaron este año las alertas de temperaturas extremas que la Organización Meteorológica Mundial emitió, recordando a los gobiernos del mundo que deben prepararse para eventos climáticos extremos a raíz del fenómeno de El Niño. Este último trae para El Salvador la primera canícula, que significa más ausencia de lluvia, en los meses de julio y agosto.

Además de sequía por la crisis climática y El Niño, a Pita Floja le amenaza, también, la reactivación de la mina Cerro Blanco, en Asunción Mita, Guatemala. Ingrid Hausinger, coordinadora de ecología política, cambio climático y democracia de género de la Fundación Heinrich Böll de El Salvador, explicó en una ponencia en 2022 que, desde  2007 la minera ha explotado aguas termales subterráneas de 17 pozos. “Por más de 10 años” la extracción se ha realizado a un ritmo de 1,500 galones de aguas termales por minuto, las 24 horas del día. 

Este proyecto extractivista está a una distancia de 10 minutos en vehículo del arroyo que abastece a Pita Floja. El mismo que ya se ha secado por ausencia de lluvia. “Sabemos que como somos cercanos a Guatemala a nosotros nos afectaría más”, dice Guadalupe con la botella que usó para pescar butes en las manos. “Por eso estamos afligidas”, concluye.

Sin agua

“El agua” sentencia la bióloga e investigadora Cidia Cortés a través del teléfono cuando se le pregunta por el principal impacto para El Salvador con la reactivación de Cerro Blanco. “Va a haber una extracción inhumana del agua. Esto, unido con el clima de la región, va a generar escasez de agua en el territorio”, remata la bióloga. 

Cortés llegó a Pita Floja con Nelly Rivera y las mujeres de la Asociación de Mujeres Ambientalistas de El Salvador (AMAES) a principios de 2020. Llegaron buscando, explica Cortés, alguien a quien concientizar sobre los peligros de Cerro Blanco para los ecosistemas salvadoreños. Guadalupe, residente de Pita Floja desde hace más de 20 años, fue la única que escuchó el llamado. A Guadalupe se sumaron, después, una decena de mujeres. Cinco de estas son las que hoy hablan y ríen a carcajadas en la vertiente.

“El problema es que nos dijeron que esto está contaminado”, dice Yanira sentada en una piedra. Yanira habla de análisis de agua que las mujeres de AMAES hicieron a esta vena de agua a principios de 2020: AMAES acercó esta dinámica a las mujeres de Pita Floja, de acuerdo con la bióloga Cidia Cortés. Las ambientalistas realizaron “un ensayo” de recolección de muestras de agua para análisis en laboratorio. Los resultados no fueron alentadores.

El riachuelo de Pita Floja abastece a alrededor de 90 familias en la comunidad. Foto: Kellys Portillo 

En esa muestra encontraron macroinvertebrados, animales que pueden medir entre dos milímetros y 30 centímetros, que sirven para determinar la calidad del agua. En su mayoría, dice la bióloga, son “coleópteros”: bacterias de heces humanas y animales. La lectura, entonces, fue de “agua mala”. Esta fue una de las razones por las que las mujeres lideradas por Guadalupe tomaran conciencia de la situación de la vertiente.

“Imagínese que ya está contaminada, y ahora que vengan a abrir esa mina”, dice Yanira con preocupación notoria. “Es que esta poquita agua se nos secaría”. Las demás mujeres asienten con la cabeza. Tienen la mirada perdida en los diminutos peces que nadan en la vena de agua. No conciben una vida sin la vertiente.

Pero  Guadalupe y el resto de mujeres no solo llevan el peso de la inminente sequía en su comunidad. En Pita Floja, también, se les acusa de “querer vender el agua”. De “querer privatizar la vertiente”: “hay unos vecinos que cada vez que viene la gente de AMAES se encargan de decir que nosotras queremos vender el agua, imagínese”, cuenta Yanira, entrecerrando los ojos en señal de indignación.

“A ellas les preocupa. Están con una zozobra que no se puede explicar porque el agua puede desaparecer”, dice la bióloga Cortés. Y agrega que “están solas”: a Pita Floja solo llega el CENTA y AMAES en visitas esporádicas. “A lo mejor a futuro podamos conseguir plata. O personal. Nosotras también estamos cansadas”, dice con resignación la bióloga.

En Pita Floja, sin embargo, Guadalupe y las demás siguen hablando de minería. Siguen hablando de sequía y de respetar el riachuelo. “Esto tiene que ser en unión, todas tenemos que aportar”, dice Guadalupe sentada en una roca. “Acuérdese que el río fluye”, dice señalando al horizonte. “No se queda quieto, esto a todos nos va a afectar”.

Este reportaje es parte del especial Defensores del lago de Güija.

Un trabajo de Quorum (Guatemala), Alharaca (El Salvador), y MalaYerba (El Salvador).

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